A efectos cardiovasculares, sin embargo, era otro tema. Tenía el corazón alicatado hasta el techo. Podía decirle que le encantaban sus ojos, o que su sonrisa se asemejaba a la de tal cantante de tal grupo. Y enredarse en sus sábanas entre clases de física, atrancarse accidentalmente en su ascensor, pedirle una canción o un cigarro, según el día. Pero había cosas que no podía decir. Ni hacer.
Y eso que era una tipa lista, hay que reconocerlo. Podía analizar sintácticamente cualquier frase al azar, sí, cualquiera; burlando parasíntesis y hasta las más furcias adjetivales. Separaba, analizaba, y entonces todo era cuestión de darle a cada cual su complemento correspondiente.
Pero los asuntos de sujeto y predicado poco tienen que ver con los de sístole y diástole. Y en eso estaba suspensa. Más que en los logaritmos, que en las funciones y que en estadística. Sí, el amor siempre había sido su asignatura pendiente. Ella y Septiembre estaban hartos de verse las caras.
Pelo naranja no tenía un corazón de repuesto en la recámara. Si se rompía, estaba jodidamente perdida. Y ese era el problema. No quería llegar a ese extremo, pero tampoco deseaba que el de las mejillas rojas desapareciese para evitar roturas o (en su defecto) grietas.
No quería tensar la cuerda hasta romperla. El tira y afloja le gustaba. Pero mantener una balanza en equilibrio en ese estado de ebriedad sentimental, le resultaba más complicado de lo que había creído; Porque, joder, quererle era jodidísimamente fácil.
Y así, un día cualquiera sin fecha y demás datos irrelevantes, se percató de que la cuerda, la balanza y su círculo completo, se la remampinflaban. Absolutamente.
Porque de vez en cuando, entre sus dudas, teorías y reproches indecentes, aparecía él. Y la decía te quiero. E irremediablemente, justo en ese momento, se deshacían todas sus hipótesis del amor propio, la autosuficiencia y la independencia que a tanta conciencia siempre había saboreado.
Y he ahí la gracia. En que, con dos triviales palabras, que hace unos meses le habrían producido una simple carcajada, (o nauseas, dependiendo de su calendario menstrual), por un instante efímero y casi imperceptible, Casualidades se abandonaba a sí misma, y dejaba paso (de nuevo) a la niña que, en su día, dibujó corazones en los puntos de las íes.
Sabes que me encanta como escribes,putón.
ResponderEliminarCuanto mas leo mas me enamoro de ti, simplemente perfect nena :)
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