Mi vida solo ha dado la vuelta una vez.

Voy a quedarme aquí todo el tiempo que haga falta. Estoy esperando la casualidad de mi vida, la más grande. Y eso que las he tenido de muchas clases.
Sí.
Podría contar mi vida, uniendo casualidades.

jueves, 26 de agosto de 2010

Sístole.

Eso de considerarse alguien diferente, no le terminaba de gustar. Había crecido como cualquier niño, con alguna que otra peculiaridad, tales que el paradero desconocido del que decía ser su padre, o la enfermedad incurable de su madre. Una niña completamente normal que, a escondidas, lanzaba las judías verdes por la ventana, y dibujaba corazones en los puntos de las íes.

A efectos cardiovasculares, sin embargo, era otro tema. Tenía el corazón alicatado hasta el techo. Podía decirle que le encantaban sus ojos, o que su sonrisa se asemejaba a la de tal cantante de tal grupo. Y enredarse en sus sábanas entre clases de física, atrancarse accidentalmente en su ascensor, pedirle una canción o un cigarro, según el día. Pero había cosas que no podía decir. Ni hacer.

Y eso que era una tipa lista, hay que reconocerlo. Podía analizar sintácticamente cualquier frase al azar, sí, cualquiera; burlando parasíntesis y hasta las más furcias adjetivales. Separaba, analizaba, y entonces todo era cuestión de darle a cada cual su complemento correspondiente.
Pero los asuntos de sujeto y predicado poco tienen que ver con los de sístole y diástole. Y en eso estaba suspensa. Más que en los logaritmos, que en las funciones y que en estadística. Sí, el amor siempre había sido su asignatura pendiente. Ella y Septiembre estaban hartos de verse las caras.

Pelo naranja no tenía un corazón de repuesto en la recámara. Si se rompía, estaba jodidamente perdida. Y ese era el problema. No quería llegar a ese extremo, pero tampoco deseaba que el de las mejillas rojas desapareciese para evitar roturas o (en su defecto) grietas.

No quería tensar la cuerda hasta romperla. El tira y afloja le gustaba. Pero mantener una balanza en equilibrio en ese estado de ebriedad sentimental, le resultaba más complicado de lo que había creído; Porque, joder, quererle era jodidísimamente fácil.

Y así, un día cualquiera sin fecha y demás datos irrelevantes, se percató de que la cuerda, la balanza y su círculo completo, se la remampinflaban. Absolutamente.

Porque de vez en cuando, entre sus dudas, teorías y reproches indecentes, aparecía él. Y la decía te quiero. E irremediablemente, justo en ese momento, se deshacían todas sus hipótesis del amor propio, la autosuficiencia y la independencia que a tanta conciencia siempre había saboreado.

Y he ahí la gracia. En que, con dos triviales palabras, que hace unos meses le habrían producido una simple carcajada, (o nauseas, dependiendo de su calendario menstrual), por un instante efímero y casi imperceptible, Casualidades se abandonaba a sí misma, y dejaba paso (de nuevo) a la niña que, en su día, dibujó corazones en los puntos de las íes.

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