Mi vida solo ha dado la vuelta una vez.

Voy a quedarme aquí todo el tiempo que haga falta. Estoy esperando la casualidad de mi vida, la más grande. Y eso que las he tenido de muchas clases.
Sí.
Podría contar mi vida, uniendo casualidades.

sábado, 14 de agosto de 2010

Él era como la sensación que da quitarse los zapatos sin desatar los cordones; como conseguir abrir el abrefácil a la primera y sin usar tijeras. Él era el sol y ella llevaba diecisiete años helándose de frío, estaba harta de huracanes, tormentas y putas. Pelo naranja le necesitaba, no como ese tópico de similar esa necesidad con la de respirar; claro que no. Pelo naranja respiraba bien sin Miguel. Respiraba de puta madre. No le necesitaba como al aire, podía vivir sin él. Pero no quería.
Le gustaba despertarse sin saber cómo había llegado hasta una cama cualquiera, con un tipo cualquiera. Dar vueltas en la cama de ochenta de ese día hasta encontrar la forma de decirle a su víctima que había sido un encontronazo de una noche, y que no habría más. Oh, sí, le encantaba. Pero hacía mucho tiempo que no revoloteaba por esos mundos. Cada domingo se levantaba en la misma cama, que hacía ya meses la acunaba por las noches, con el mismo tipo, siempre. No había duda ni incertidumbre. No tenía que ponerle excusas. Tan sólo tenía que esquivar un par de te quieros mañaneros, que evadía fácilmente con un revolcón, un cigarro o, en su defecto, donuts.
"No vayas a enamorarte", le decía siempre mientras se volvía a vestir. De la inocencia a la ingenuidad hay una línea tan fina que, si no andas con cuidado, acabas traspasando. Ella manejaba su roll dando zancadas.
Pelo naranja sabía que no tenía el corazón roto porque es un órgano fuerte y no se quebraría en mil y seis pedazos por un tipo con vaqueros y sonrisa añadida, claro que no. Sin embargo, sabía que algo había porque lo notaba cuando no estaba.
El lunes 16 pasó (como cada lunes, martes miércoles y viernes) por la puerta del bloque rojo (aunque ella siempre había creído que era rosa), pero él no la esperaba en el portal. Ni en el portal, ni en la esquina de en frente, ni en la cafetería en la que tantos cafés no habían pagado. La ilusión la llevó a girarse por un momento (un solo momento) hacia su derecha, donde estaba la floristeria. En balde, de nuevo. No estaba acostumbrada a decepcionarse, tenía lo que quería, siempre. Pero esta vez la ilusión se le iba de presupuesto, era lunes. Y él no estaba en el portal.
El lunes 16 se dio cuenta de que le necesitaba más que a un ascensor cuando vas cargado de bolsas, o más que a unas tijeras cuando el abrefácil es absolutamente sarcástico. Se dio cuenta de que sístole y diástole tenían afán de protagonismo en el asunto, y no pretendían largarse. Sí, el lunes 16, en frente del bloque rojo casi rosa, se dio cuenta de que le quería.
Y de que tenía ganas de vomitar.

-Hay caprichos de amor que una dama, no debe tener.

No hay comentarios:

Publicar un comentario