Mi vida solo ha dado la vuelta una vez.

Voy a quedarme aquí todo el tiempo que haga falta. Estoy esperando la casualidad de mi vida, la más grande. Y eso que las he tenido de muchas clases.
Sí.
Podría contar mi vida, uniendo casualidades.

viernes, 20 de agosto de 2010

Comprar mantequilla y ser feliz.

Pelo naranja sabía atarse los zapatos con los ojos cerrados y subir las persianas para ver las estrellas con los ojos bien abiertos. También sabía que si metes una cuchara en un líquido muy caliente, ésta también se calentará, por la ley de no se qué y qué se yo. No sabría decir qué ley era, porque ante todo, Pelo naranja sabía claramente que lo suyo no eran las ciencias. La chica de las casualidades sabía que dos más dos son cuatro; pero, sin embargo, sabía perfectamente que, dijeran lo que dijesen los matemáticos, dos no es igual que uno más uno.
Sabía que si metes un caramelo de menta en una botella de coca cola, el líquido saldrá disparado por los aires; que Romeo fue estúpido al dar a Julieta por muerta, y que podía aguantar 43 segundos la respiración. También era consciente de que el aceite nunca se disolverá en el agua, que el pez grande se come al chico; Que ella había sido un pez grande en un estanque pequeño, pero aquello era el océano, y sí, se estaba ahogando.
La chica que quería ser publicista sabía que, por paradójico que sea, la Iglesia acabaría ardiendo en el infierno, que nunca debería echarle ácido sulfúrico a la leche, por muy bien que suene como ingrediente, y que los números, como el tiempo, el olvido, y la discografía de los Rolling Stones, son infinitos. La tabla del nueve, el nivel de nicotina de los cigarrillos Black Devil, su número de pie y el cumpleaños de casi todo el mundo que conocía.
Pelo naranja sabía muchas cosas. También hablar en inglés y ver Titanic sin llorar. Hablando de esto último, ella sabía perfectamente que Rose podría haberle hecho un hueco a Jack y así éste no habría muerto congelado, que odiaba Crepúsculo porque la protagonista incitaba la zoofilia y la necrofilia, que una manzana nunca saciará como una doble cheeseburguer con extra de bacon, que las chicas que anuncian dietas adelgazantes en la televisión, necesitan de todo menos adelgazar.
Que no es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita, que Lucy in the Sky with Diamonds era un mensaje oculto para el LSD, que era una gran estupidez hacer la cama para después deshacerla de nuevo, que si tocas fuego te quemas, y si te quedas solo te mueres de frío.
Sabía que su talla de sujetador dejaba mucho que desear y que necesitaba urgentemente un corte de pelo.
Lo buena que es la cerveza en Alemania, que las casualidades nunca vienen solas, que si no hay noticias, es que la cosa va bien.
También sabía que las malas rachas son como los lunes, que cuando parece que nada tiene solución, aparece el martes y lo arregla todo. Sabía de parches más que nadie, pero sobretodo sabía de rotos.
Jugar al escondite y desabrochar botones. Entender indirectas. Ver películas sin atenderlas, jugar a no ser quien era.
Pelo naranja sabía más de mil cosas y más de mil y tres canciones.

Pero no sabía nada del amor.

Eso le quedaba grande.

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