Mi vida solo ha dado la vuelta una vez.

Voy a quedarme aquí todo el tiempo que haga falta. Estoy esperando la casualidad de mi vida, la más grande. Y eso que las he tenido de muchas clases.
Sí.
Podría contar mi vida, uniendo casualidades.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Si te vas.

Lo intentas, pero no puedes.
Porque ya sólo sé hacerte daño. Porque ya sólo sabes hacerme daño.
Y entre arañazos, amaneceremos.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Borracheras de pronóstico reservado.

¿Sabéis que es lo peor del amor cuando se acaba?
Que se acaba.

Y me pasaré los días (la vida, también llamada) preguntándome si te te llevará a los mismos sitios a los que yo te llevaba a ti. Si os diréis las mismas mentiras. Y lo que es peor, si os reconciliaréis de la misma forma.

Antes de que se acabe el amor, transcurren once minutos.

Once.

La despedida ocurre tras la mentira de once minutos provocadores de duda, de quemazón en un corazón que ya no es más que una cuchilla. Y tras esa mentira, otras cuantas mentiras detrás de la esquina.

Y aquel otoño no habrá sido vuestro.

Cada día que pasa me enamoro. Me enamoro de la forma que tienes de caminar por la calle, de cruzar el paso de cebra y de tus promesas vanas. De tu nariz apoyada en mi hombro, de lo escurridizo que haces el tiempo. De tu carácter, aunque no sepa ni lo que estoy diciendo. Quizá con cierto rintintín. Quizá con cierta ironía.

Un loco de la vida, sí señor, como tenía que ser.

No sabes lo colocada que estoy ahora mismo pero, si sirve de precedente, mataría mis pretéritos imperfectos a plumazos por comerme cada uno de tus lunares.




jueves, 8 de septiembre de 2011

Cuando no hay señales de pálpito.

También puede pasar que cuando dos personas destinadas a respirarse mutuamente se encuentren, no pase absolutamente nada.
Uno sigue con su periódico y otra con sus tejemanejes y sus clases de claqué.
Y se pasa la vida, viajan, creen ser bohemios, acaban alimentando el capitalismo, tienen hijos, envejecen con otros y finalmente mueren.
Pasa continuamente.
Verso acabado. Punto.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Tuve en mi nariz el cielo.

Cuando dos personas destinadas a respirarse se cruzan, algo pasa. No me refiero a que se miren, ni a que retengan los ojos del uno en los del otro hasta que el cuello se vea obligado a perturbar su postura.
Ni siquiera a que perciban su olor desde lejos, o a que jueguen a adivinar cómo serán sus vidas, a dónde se dirigen, quién les está esperando, quizá con gofres de chocolate.
No, no me refiero a eso. Y seguramente tú lo sabías antes de haberlo explicado.
Cuando dos personas destinadas a respirarse mutuamente se cruzan, pasa algo casi imperceptible para el ojo humano. Algo se acciona, como una cuenta atrás en el pecho, las pupilas se dirigen por un instante hacia lo nunca antes anhelado, y solo en ese mismo instante, imaginamos lo que podría ser.
Tres segundos después, seguimos con nuestras vidas.
Hacen falta solo tres segundos para intentar cerciorarnos de que somos ingenuos, ilusos, idiotas, insolentes, infantiles, inhumanos, irrespetuosos, intolerantes e imbéciles.
Pero es tarde.
Ese algo ya se ha accionado.
Si prestas atención, un leve "click" interrumpe la calma de la monotonía.
De repente la vida es otra cosa. Como más... diferente.
El día que aquellas dos personas se cruzaron, el click se pronunció tan impasible que apenas pudo hacerse hueco entre el bochorno y los kioskos de helados.
Sin embargo, por dentro, la reventó los tímpanos.
Los tímpanos metafóricos, claro.
Tres.
Dos.
Uno.

-

Fin de la metáfora.