Ni siquiera a que perciban su olor desde lejos, o a que jueguen a adivinar cómo serán sus vidas, a dónde se dirigen, quién les está esperando, quizá con gofres de chocolate.
No, no me refiero a eso. Y seguramente tú lo sabías antes de haberlo explicado.
Cuando dos personas destinadas a respirarse mutuamente se cruzan, pasa algo casi imperceptible para el ojo humano. Algo se acciona, como una cuenta atrás en el pecho, las pupilas se dirigen por un instante hacia lo nunca antes anhelado, y solo en ese mismo instante, imaginamos lo que podría ser.
Cuando dos personas destinadas a respirarse mutuamente se cruzan, pasa algo casi imperceptible para el ojo humano. Algo se acciona, como una cuenta atrás en el pecho, las pupilas se dirigen por un instante hacia lo nunca antes anhelado, y solo en ese mismo instante, imaginamos lo que podría ser.
Tres segundos después, seguimos con nuestras vidas.
Hacen falta solo tres segundos para intentar cerciorarnos de que somos ingenuos, ilusos, idiotas, insolentes, infantiles, inhumanos, irrespetuosos, intolerantes e imbéciles.
Hacen falta solo tres segundos para intentar cerciorarnos de que somos ingenuos, ilusos, idiotas, insolentes, infantiles, inhumanos, irrespetuosos, intolerantes e imbéciles.
Pero es tarde.
Ese algo ya se ha accionado.
Si prestas atención, un leve "click" interrumpe la calma de la monotonía.
De repente la vida es otra cosa. Como más... diferente.
El día que aquellas dos personas se cruzaron, el click se pronunció tan impasible que apenas pudo hacerse hueco entre el bochorno y los kioskos de helados.
Sin embargo, por dentro, la reventó los tímpanos.
Los tímpanos metafóricos, claro.
Tres.
Dos.
Uno.
-
Fin de la metáfora.
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