Mi vida solo ha dado la vuelta una vez.

Voy a quedarme aquí todo el tiempo que haga falta. Estoy esperando la casualidad de mi vida, la más grande. Y eso que las he tenido de muchas clases.
Sí.
Podría contar mi vida, uniendo casualidades.

martes, 28 de junio de 2011

Voy a devorarme un corazón, con tequila.

La vida es algo más que andar por un camino lleno de piedras y obstáculos. Es una casualidad, y se dan pocas en la propia existencia de cada ser y cada minutero.
Los epitafios con mensajes están hechos para los cobardes.
Aquella noche se dio cuenta de que iba a sobrevivir.
-¿No notas como vibra?
-¿Cómo vibra el qué?
-El corazón.
-No.
-Exacto. Ya no vibra. Está en silencio. Está acechando.
-¿Su próxima presa?
-Está acechando otra respiración, quizá no para comérsela, solo quiere saborearla.
-¿Como los tiburones con la carne humana?
-Sí, siempre ha tenido espíritu depredador.
Iba a sobrevivir. No sabía cómo, cuando ni por qué.
Pero sabía que lo haría. En algún momento. Aquella era su vida, no podía arrebatarle nadie las ganas de saltar en la cama ni de comer leche condensada con gusanitos salados. No de seda, claro.
-No soy la mujer de su vida porque lo soy de la mía. Empieza el show, no te lo pierdas.
-¿A qué hora?
-Cuando yo cuente trece. Muy despacio, nota cómo se juntan los segundos en la parte inferior del reloj de arena. Y entonces, reza lo que sepas. Dónde quiera que estés, vete echando a correr.

sábado, 25 de junio de 2011

Sino, nunca lo fue.

La dijeron mil cosas. Que el fin del mundo había llegado, que aquello no era el fin del mundo, que otros peces en el mar siempre se encuentran, que un clavo saca a otro. Todas esas absurdeces de las que prefería huir o, simplemente, esconderse. Donde no la encontrasen, más allá de los consejos, los consuelos y los hombros donde llorar. Mucho más allá, estaba lo que nadie había encontrado, nadie más que ella. "Lo que nunca nadie había encontrado", que ella lo llamaba. Tras muchos, muchísimos años de espera, Pelo naranja lo había encontrado o, quizá, ese algo la había localizado a ella, a un mismo tiempo. Lo que se llama una casualidad. Con dos cucharadas de azúcar, pero sin leche, y muy caliente. Aquel algo que tanto había buscado, debajo de las piedras, de su cama, entre los libros de la vieja estantería y entre el polvo de sus discos. Y resultó estar mucho más allá, o no tan allá, pero sí muy lejos, y muy cerca al mismo tiempo.
La dijeron mil cosas acerca del momento de -después de. Cuando el desaliento acaba y la pena se hace rutina, y ya no hay mil cabezas que se giran a tu paso para observar tu estado de ánimo. Cuando el sentimiento atroz ya no es noticia de última hora, sino costumbre cotidiana que piensa instalarse durante tiempo indefinido. Y del momento del -antes de. La trataron de hacer recordar cada escena, cada flashback, cada momento, para localizar el instante en que empezó a ir mal. También le contaron cosas sobre la superación personal, o algo parecido, y sobre cimas de montañas que la estaban esperando para que viese las cosas con altura, a pesar de que él se quedase abajo.
Y muchas otras cosas, como que era demasiado joven para cometer errores de tal tamaño, y que debía de echarse atrás antes de cometer los mismos que muchas generaciones pasadas. Y escuchó también que era pronto para todo, pero tarde para cambiar. Que lo que empieza acaba. Que se nos escapa.
La cantaron canciones con las que sentirse identificada, fuerte, triste o consolada. Poemas con los que suicidarse ipso facto por el aura de pena que traían consigo. Recibió más de veintisiete abrazos (allí perdió la cuenta), con frases alentadoras a su paso. La hicieron sentirse fuerte y capaz de cerrar una última página que ella sabía perfectamente, no estaba ni siquiera terminada.
Le quedaba la mitad del argumento, la postdata y la firma, con su dedicatoria, claro. Los demás solo veían un puñado de tachones e insistían en cambiar de cuaderno, pero qué sabían los demás, de hecho, qué sabía cualquiera sin su nombre y apellidos, sin su almacenamiento de recuerdos-fotogramas.
Detrás de todas las frases, de todos los consuelos y todos los mensajes de ánimo, estaba ese algo. -Aquello que nadie había encontrado. Con eso solo se podía enfrentar ella, la gente no podía siquiera imaginarlo. Para entenderlo había que descubrirlo.
Quizá era ese ente lo que, después de todo, la acunaba por las noches. Lo que la decía -No la rompas, esa cuerda no es otra cualquiera.
Lo que, después de tardes entre vodka, clamoxil y gritos femeninos de revelación, la entregaba en forma de melodía el olor a verano, el zumo en la cama y los besos en los portales.
Lo que le hablaba por las noches en forma de canción, una canción con pocos acordes y unas pocas modificaciones para evitar soserías, pero una canción, en
M
A
Y
Ú
S
C
U
L
A
S
Quizá era ese algo lo que rompió el hilo, fruto de la casualidad, y refiriéndonos claro al hilo visible, y no al metafórico, para plantearla -Y ahora te puedes ir. O puedes quedarte, y arriesgar.
Lo que la llevó al puente en el que ya nadie quería a nadie.
O qué coño, quizá, sí había alguien queriendo a alguien.

Solo que no era el momento justo...






Era una cuestión de tiempo.