Los epitafios con mensajes están hechos para los cobardes.
Aquella noche se dio cuenta de que iba a sobrevivir.
-¿No notas como vibra?
-¿Cómo vibra el qué?
-El corazón.
-No.
-Exacto. Ya no vibra. Está en silencio. Está acechando.
-¿Su próxima presa?
-Está acechando otra respiración, quizá no para comérsela, solo quiere saborearla.
-¿Como los tiburones con la carne humana?
-Sí, siempre ha tenido espíritu depredador.
Iba a sobrevivir. No sabía cómo, cuando ni por qué.
Pero sabía que lo haría. En algún momento. Aquella era su vida, no podía arrebatarle nadie las ganas de saltar en la cama ni de comer leche condensada con gusanitos salados. No de seda, claro.
-No soy la mujer de su vida porque lo soy de la mía. Empieza el show, no te lo pierdas.
-¿A qué hora?
-Cuando yo cuente trece. Muy despacio, nota cómo se juntan los segundos en la parte inferior del reloj de arena. Y entonces, reza lo que sepas. Dónde quiera que estés, vete echando a correr.
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