La dijeron mil cosas acerca del momento de -después de. Cuando el desaliento acaba y la pena se hace rutina, y ya no hay mil cabezas que se giran a tu paso para observar tu estado de ánimo. Cuando el sentimiento atroz ya no es noticia de última hora, sino costumbre cotidiana que piensa instalarse durante tiempo indefinido. Y del momento del -antes de. La trataron de hacer recordar cada escena, cada flashback, cada momento, para localizar el instante en que empezó a ir mal. También le contaron cosas sobre la superación personal, o algo parecido, y sobre cimas de montañas que la estaban esperando para que viese las cosas con altura, a pesar de que él se quedase abajo.
Y muchas otras cosas, como que era demasiado joven para cometer errores de tal tamaño, y que debía de echarse atrás antes de cometer los mismos que muchas generaciones pasadas. Y escuchó también que era pronto para todo, pero tarde para cambiar. Que lo que empieza acaba. Que se nos escapa.
La cantaron canciones con las que sentirse identificada, fuerte, triste o consolada. Poemas con los que suicidarse ipso facto por el aura de pena que traían consigo. Recibió más de veintisiete abrazos (allí perdió la cuenta), con frases alentadoras a su paso. La hicieron sentirse fuerte y capaz de cerrar una última página que ella sabía perfectamente, no estaba ni siquiera terminada.
Le quedaba la mitad del argumento, la postdata y la firma, con su dedicatoria, claro. Los demás solo veían un puñado de tachones e insistían en cambiar de cuaderno, pero qué sabían los demás, de hecho, qué sabía cualquiera sin su nombre y apellidos, sin su almacenamiento de recuerdos-fotogramas.
Detrás de todas las frases, de todos los consuelos y todos los mensajes de ánimo, estaba ese algo. -Aquello que nadie había encontrado. Con eso solo se podía enfrentar ella, la gente no podía siquiera imaginarlo. Para entenderlo había que descubrirlo.
Quizá era ese ente lo que, después de todo, la acunaba por las noches. Lo que la decía -No la rompas, esa cuerda no es otra cualquiera.
Lo que, después de tardes entre vodka, clamoxil y gritos femeninos de revelación, la entregaba en forma de melodía el olor a verano, el zumo en la cama y los besos en los portales.
Lo que le hablaba por las noches en forma de canción, una canción con pocos acordes y unas pocas modificaciones para evitar soserías, pero una canción, en
M
A
Y
Ú
S
C
U
L
A
S
Quizá era ese algo lo que rompió el hilo, fruto de la casualidad, y refiriéndonos claro al hilo visible, y no al metafórico, para plantearla -Y ahora te puedes ir. O puedes quedarte, y arriesgar.
Lo que la llevó al puente en el que ya nadie quería a nadie.
O qué coño, quizá, sí había alguien queriendo a alguien.
Solo que no era el momento justo...
Era una cuestión de tiempo.
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