Mi vida solo ha dado la vuelta una vez.

Voy a quedarme aquí todo el tiempo que haga falta. Estoy esperando la casualidad de mi vida, la más grande. Y eso que las he tenido de muchas clases.
Sí.
Podría contar mi vida, uniendo casualidades.

miércoles, 18 de mayo de 2011

¿A quién te quieres parecer?

-Estúpida. Arrogante. Metomentodo. Valiente puta, ignorante, ingenua. Estúpida, estúpida, estúpida, estúpida. Conseguirías cualquier reto que te propusieses si para alcanzarlo se precisase la subnormalidad en estado puro. Cabezota. Tozuda, incompetente. Niñata. Estúpida. Estúpida. Eres un correveidile de la insignificancia humana; un hazmereír en la mesa redonda de los idiotas. Una ilusa que quiere jugar a ser una incomprendida porque la sencillez es demasiado simple para ella, cuando en realidad, es el sitio que le corresponde. No se si echarme a reír, emborracharme, como haces tú, para huir de los problemas, o largarme sencillamente, sin decirte nada. Ridícula. Patética. Patética... Nunca conseguirás huir de tu jaula. Nunca conseguirás nada, a decir verdad. Eres una cobarde, eres nada. Eso, nada. Nadie va a recordar tu nombre, ni una estrella en Hollywood hará honor a tu triunfo. Siempre serás la primera empezando por la cola. Y tú lo sabes. Y yo lo sé.
-Si tan bien lo sé, no creo que me haga falta un recordatorio.
-Sí, te hace falta. De lo contrario, mañana estarías volviendo a pensar que puedes cambiar el rumbo de tu vida y de la del vendedor de periódicos de la esquina. Que puedes hacer algo por el mundo, o alguna de esas estupideces con las que a menudo amaneces. Sola. Para variar.
No sabía por qué, después de tantos años de discusiones enrevesadas y enrebesugas, seguía abriéndole la puerta cuando llamaba desesperadamente. Cuatro veces y media, como siempre. Así se le reconocía facilmente y no eran necesarias preguntas estúpidas ni interrogatorios. Seguía recibiéndole allí donde estuviese, en su dormitorio, en su cocina, en la silla de al lado de la biblioteca o burbujeando junto al gel de baño de vainilla. Nunca sabía cuando podía presentarse, pero sabía que nunca sería la última vez. Y esto la enfadaba, pero por otro lado la reconfortaba enormemente; era como una garantía contra la soledad, la ceguera y la cordura. Quería que octubre contemplase sus tropiezos y sus mejillas, mil veces saladas, y la meciese entre riñas y gritos, hasta hacerla dormir, tranquila, sosegada, convencida de que alguien más se encontrase en la habitación con ella. Que esperaría a que sus ojos y sus pensamientos estuviesen cerrados para irse, para evitarle la angustia.
-Eres una cobarde. Me decepcionas. ¿Qué pretendes? ¿Quién quieres ser? ¿Y por qué? A veces me avergüenzo de estar aquí contigo.
-Cállate ya, viejo loco. No me dejas pensar.
-En ese caso, me callaré. No te preocupes, no diré una sola palabra, con tal de que esa cosa que tienes encima de los hombros, elucubre algo más que mierda y plastilina. Puedes empezar. Voy a quedarme aquí, en completo silencio, todo el tiempo que haga falta.
Pelo naranja sabe que está loca, pero a pesar de ello, se ha cogido cariño con los años. Vuelve a doblar la almohada con gesto somnoliento y, justo en frente suya, allí está, en la ventana. Una azotea que el cristal la permite ver, de nuevo. El cristal, pero no las circunstancias. Piensa que quizá él también se encuentre hablando solo,o con alguien de innata conversación. Posiciona la almohada hacia el otro lado y gira la cabeza lentamente, las vistas hoy, le dan dolor de cabeza. Mejor dejarlas para los días festivos.
Él suspira exageradamente. Ella también, ¿por qué no? Está demasiado aburrida como para no seguirle el juego.
-Si pudiese hablar, te diría que, si tuvieses valor, no estarías aquí, mirando solo lo que esa estúpida ventanita te permite ver.
-No tengo valor.
-Ya lo sé, solo jugaba a las hipótesis. Antes te gustaban mucho. Lástima que el amor te vuelva gilipollas.
-Si no tuviese valor....
-....¿Sí?
-Nada. Buenas noches.
-Si no tuvieses valor, no te habrías enamorado de él. Los hay a miles. Mucho más fáciles. Altos. Guapos. Listos. Divertidos. Pero... existe él. ¿Verdad? Sí. Tienes razón. Hay que tener valor.
La chica de las casualidades verdes, desesperaba con cada una de las palabras que el ser abstracto pronunciaba.
-La gente no se enamora por cuestión de valor. Qué sabrás tú. Las personas se enamoran porque llega alguien y te hace creer que los días con lluvia serán primaveras, que los domingos nunca más serán días de mierda, y que las malas inversiones se arreglan con no entender de economía. Que los puentes públicos se convertirán en escritos, que, sí, algún día la lluvia se llevará, pero ¿qué coño importa? Puede irse la tinta, pero el mensaje se queda. Da igual cuanto tiempo pase, da igual que llueva, que nieve y que diluvie. Da igual que pasen cincuenta años y el puente ya no exista. Da igual que estemos muertos. De eso se trata. Te hace ver que todo da igual, que todo irá bien, que nada más importa. Que los demás son hormigas. Y tú te lo crees. Vamos que si te lo crees. Te hace cantar más alto en la ducha y hace que se te pongan los pelos de punta con una jodida canción que ni siquiera te sabes. No es cuestión de valor. No. Para el amor no hay que ser valiente. Simplemente, hay que estar vivo. Y entonces llega alguien, y te hace ver que vivo, estás a partir de ese entonces. Que estabas equivocado. Que la vida vale la pena, y que todas esas frases cursis y vomitivas de las canciones, y esos tópicos, antes impronunciables, tienen sentido. ¿Lo has entendido ya?
Octubre la contempla, la observa detenidamente mientras intenta encubrir su gesto de sorpresa, de fascine, de satisfacción ante la explicación de la tipa desesperada, despeinada y sin maquillar.
-Claro que lo he entendido. No soy idiota.
-Entonces, buenas noches.
Ella dobla su almohada por última vez, con actitud violenta, y hunde la cabeza en ella muy despacio, dejándose caer.
-Me llaman Octubre desde que solo hablas de él.
-He dicho buenas noches.
-Ya y ¿sabes lo que digo yo?
-Qué.
-Que no eres tan estúpida como pareces la mayoría de las veces.
-¡Gracias!
-Las que tú tienes.
Octubre se levanta del alfeizar de la ventana y se dispone a abrir la puerta sigilosamente, no quiere despertar a los vecinos. Se coloca el sombrero de copa y se ata con un ritmo pegadizo los cordones.
-Octubre
-¿Sí?
-¿Esperarías a....
-Como no.
Y, antes de dejarla terminar la pregunta, allí vuelve a colocarse, en un lateral de la cama de la chica que, poco a poco, deja los párpados caer. Y allí piensa quedarse, sin que nada le mueva, salvo el tiempo, claro. Hasta que se quede dormida del todo. Hasta que no tenga miedo, ni prisa, ni angustia, ni desasosiego. Ni pena. Ni tristeza, ni lluvia en las pestañas. La arropa dulcemente y tararea su canción preferida, las yemas de los dedos acarician su tez.
Y es que él puede ser muchas cosas, causantes de rabia y desesperación.

Pero, aunque imaginario, Octubre también tiene un corazón.

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