Mi vida solo ha dado la vuelta una vez.

Voy a quedarme aquí todo el tiempo que haga falta. Estoy esperando la casualidad de mi vida, la más grande. Y eso que las he tenido de muchas clases.
Sí.
Podría contar mi vida, uniendo casualidades.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Niña de fresas.

Tenía miedo de que, después de todo el tiempo que llevaba sin escribir, se le hubiese olvidado del todo. De que su inspiración hubiese decidido dejar de ocultarlo y se fuera con la lagarta que clandestinamente le realizaba el amor. De una vez por todas. La definitiva.
Pero era un miedo leve, sumiso. Sabía que había miedos mucho peores.
Porque ese miedo era revocado fácilmente si recordaba en qué había empleado el tiempo en lugar de en la palabrería fácil y las cursiladas incoherentes. Y, no lo podía negar, sabía que aunque no las hubiese escrito, las cursiladas también la habían acompañado, continuamente. Más que los Black Devil y que el vodka, y mucho más que sus adúlteras musas. Si pensaba un poco en ello, la habían acompañado más que cualquier cosa. Y eso, aunque sonase a cuento de plastelina, debajo de los colorines y el cielo azul, no podía traer nada bueno. ¿Y si, desde el otro extremo de la cuerda, el chico de las mejillas rojizas hacía un brusco movimiento y la rompía? ¿O si sencillamente él se cansaba de tirar y aflojar y decidía que a largo plazo sería mejor soltarla? ¿O si encontraba una cuerda mejor, con cierto pelo o cierta sonrisa? ¿Y si un día, de repente, dejaba de importarle algo? ¿Qué? ¿Qué quedaría de ella?

Haciendo uso de la palabrería fácil, podría decir que si alguna de esas hipótesis se hipotetizaran, ella se moriría. A pesar de que la palabra hipotetizar no exista, se moriría.
Pero, además de ser una expresión sobrepobladamente usada, no era suficiente para explicar el impacto. La caída. El coscorrón. El desgarramiento (literario, no literal) de su frasco cardiovascular hasta el punto en que los latidos le pareciesen vacíos e inútiles. Más palabrería a la carta. Pero es que expresar sensaciones es difícil, y más si hablamos de expresiones inaguantables y raras.

Decir dolor es decir lo que todo el mundo ha dicho ya, pero no se le podía ocurrir otra cosa. Sabía perfectamente que el corazón no puede doler, y es un hecho; a no ser que se deba a un soplo, un ataque, o enfermedades peores, como un puñetazo.
Pero también sabía que dejando a un lado la ciencia que tanto apreciaba, si el hipotetizamiento tuviese lugar, algo en ella se pudriría, hasta el punto en el que el hedor fuese insoportable, y el aspecto, mucho más. Olores y aspectos que sólo ella percibiría, y los demás, vanamente, intentarían entender, imaginando lo roto que tendría el corazón. Pero errarían una vez más con sus tópicos. A ella le dolerían muchas otras cosas. Cosas que no son ese estúpido diastólico con afán de protagonismo.

Le dolería el dedo meñique, por todas las veces que al cerrarlo, fabricaron una promesa tan risueña como improbable. Y también las telarañas en las costuras. Le harían daño todas y cada una de las sonrisas que no fuesen las suyas, las que no mencionaría de nuevo por todo eso de la redundancia. Las que ya formaban parte de su día a día, y de su noche a noche. Las manos cogidas por las calles de un Madrid viejo, cansado de tanto romanticismo financiero, de besos de mentira, de mujeres que dan un beso y tragan tres monedas.
La cuerda. Ver que ésta ya solo se sostenía por uno de los extremos. Por el peor de ellos. Y que nadie podría coger el otro.Nunca. Aunque, con el tiempo, llegasen otros, a intentar curar las heridas, cargados de simpatía, quizá, y de parches, y tiritas, betadine, esparadrapo.E inconscientemente, se repetiría una y otra vez que no lo conseguirían, y les compararía con alguien a quien no podrían igualar, ni en el mejor de sus sueños.

Y litros de yodo se gastarían en vano. Porque el betadine no es un corazón. Ni lo tiene; ni los arregla.

Y MUY conscientemente, buscaría su canción por los rincones, y ese único modo de tocar la guitarra. Y buscaría también el calor de sus manos, y sus brazos, y todo él, cuando llegase Octubre y se volviese fría. Y el último día del año traería con él un sabor amargo, que provocaría un propósito de año nuevo que el 1 de enero no cumpliría.

Basaría su vida en besos, pero colaterales. Y cosas peores. Como un puñetazo.


Por suerte, todo esto no eran más que hipótesis sobre un hecho que no existía. Que no era. Y preocuparse por eso, era plantearse un problema que no tenía. Y eso solo lo hacen los tontos, y los señores que pintan los pasos de cebra.
En este caso adoraba la forma condicional simple. Además de porque estaba abajo del todo y a la izquierda, condicional significa que podría ser, pero que no ha sido. Como las pesadillas. Como el miedo.

No, no se iba a preocupar por un problema que no tenía, pero el miedo no se lo quitaba nadie. Porque ese, si quiere, te echa un pulso y te gana.


Y sobre la mesa había demasiadas cosas que se negaba a perder.

No hay comentarios:

Publicar un comentario