Mi vida solo ha dado la vuelta una vez.

Voy a quedarme aquí todo el tiempo que haga falta. Estoy esperando la casualidad de mi vida, la más grande. Y eso que las he tenido de muchas clases.
Sí.
Podría contar mi vida, uniendo casualidades.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Sabes a frío.

Sí. Definitivamente la canción del piano la volvía muy cursi.
Mucho.
Muchísimo.
Superlativamente.
Sin embargo, no le devolvía su inspiración. Se había fugado con otro. Con un cualquiera que se las diese de escritor.
Pero ella no era cualquiera, quería ser aviadora.
Se prometió llevarle algún día a las estrellas. Al chico de la sonrisa bonita, tan oportuna como indeseable a veces, el tipo que a veces llevaba pantalones largos... y que otras veces, no.
Ese tipo. Sólo le hacia falta eso. Y a veces odiaba hacerlo. Pero lo hacía, y con ganas.
Y se cansaba de decir que le quería, porque sonaba muy repetitivo, y no le gustaba nada repetirse.
Ni que le amaba, porque no sonaba nada repetitivo, pero parecía salido de una pelicula de Walt Disney.
Y, a parte de la frialdad, nada tenían que ver la chica de las casualidades y ese señor.
Le quería decir algo original.
Y no le salía.
Y quería darse de cabezazos contra la pared porque no estaba inspirada, porque no estaba con él, y porque las galletas de chocolate se habían acabado.
Las palabras se las lleva el viento, y su único destino es un cajón lleno de polvo. Tan sólo eso la tranquilizaba algo, pero una mínima parte de su preocupación por hacerle saber todo lo que sentía. Así que llegó a la conclusión de que a los tipos de hechos, hay que darles hechos.
Demostrar.
Dar algo que pueda quedarse siempre, que no vaya a morir en un cajón que nadie más abrirá, o al menos, no quien debería hacerlo.
Y, joder, qué cojones. Las bicicletas son para el verano, el chocolate para devorarlo sin preguntar, y el corazón para darle un mal uso. Así que tenía clara la idea de que se dejaría de palabras e hipótesis vacías y llenaría algún corazón de algo que pueda valer. Algo útil.


Definitivamente, su inspiración se desnudaba ante otro.

Y le daba igual.


Ya no le quedaban principios que perder, ni cartas que jugar. Había perdido. Había perdido casi todo. Independencia. Soledad. Orgullo. Principios. Dignidad. Vergüenza. Respeto por el mundo. Horarios. Reglas. Todo eso ya eran recuerdos instantáneos y lejanos. Perdió contra ella misma.
A veces, y a ratos, se sentía frustrada.


Y entonces pensó en él.





El humo del black devil se escapó entre su carcajada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario