Mi vida solo ha dado la vuelta una vez.

Voy a quedarme aquí todo el tiempo que haga falta. Estoy esperando la casualidad de mi vida, la más grande. Y eso que las he tenido de muchas clases.
Sí.
Podría contar mi vida, uniendo casualidades.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Intermitente.

Si se piensa un poco en ello, las mejores casualidades de nuestra vida, suceden cuando menos lo esperamos. Obvio, qué tontería. Sino, no se llamarían así. Casualidades. Sí, en efecto, las cosas buenas nunca avisan. No son como las malas noticias, los malos días o las cosas malas en general.
Esas avisan, las ves llegar, como cuando ves un accidente de tráfico por la televisión a cámara lenta, observas cómo cada vez la colisión está más cerca, y sin embargo no puedes hacer nada para evitarlo.
Pero las buenas no. Ellas se presentan.

Como los semáforos. ¿Nunca te has preguntado por qué el muñeco rojo nunca es intermitente? Ni siquiera cuando está a punto de cambiar de color. No, el rojo no advierte. ¿Para qué?

El muñeco verde, sin embargo, cuando está a punto de desaparecer, emite breves intermitencias. Las intermitencias de su final, sí, exactamente. "Cuidado que llega el rojo". Sí, nos quiere avisar a toda costa de que se acaba lo bueno.

El verde aparece porque sí, nunca sabes cuando lo hará, pero el señor de rojo no puede durar siempre. Lo bueno también llega.

Y poniéndose filosófica, ella podría definir su relación y dependencia hacia él como un semáforo en verde que aún no tiene intención de parpadear. Y si parpadea, pues que parpadee, porque para eso están los semáforos.

Y él era el verde. Y septiembre y las fuentes. Y las frases filosóficas, y los mecanismos de defensa, y las canciones cantadas no escuchadas. Él era la sinrazón, el caos, las manchas, sus películas.

No. Las casualidades buenas nunca avisan, como él no avisó cuando entró en su vida, en su bolso, en su futuro inmediato de las doce en su portal. Quizá, si avisasen, no nos gustarían tanto.

Y, ¿sabes? Que por fin había llegado a comprenderlo. Sí, quería encontrarse con todas las casualidades del mundo sin avisar previamente y sin ver siquiera una simple intermitencia anunciando su final. Porque al final no hay un muñeco rojo esperando. Porque las intermitencias no existen. Porque el equilibrio no existe. Porque el aspirador no funciona y ella tenía el corazón en automático. Aerodinámico. Supercalifragilístico. Porque hay preguntas sin respuesta.

Porque ahora mismo, sólo le importaban unos brazos, unos ojos, una boca y unos dientes. Una voz. Y, como le dijo a la pelirroja, era una cuestión más allá de atracción. "Porque cuando sonríe me dan ganas de follármelo vestido". Exacto, esa era la frase que lo resumía todo de una manera tan sutil como abreviada.

Cuando sonreía. Cuando la tocaba.

Cuando era 3 de septiembre y otras muchas fechas tontas.



Cuando fuese, joder. Se lo follaría en cada jodido momento de su vida.

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